martes, marzo 29, 2005

Segundo Despertar - Cuento -

Siempre han venido a mí recurrentemente los pensamientos del pasado, lo que debí haber dicho, lo que no respondí en el momento adecuado, lo que hice y estuvo mal; a veces hasta en pensamientos corrijo los hechos tratando de generar una variación en el tiempo y que esa decisión que de una u otra manera fue crucial cambie y por ende cambie el presente; y no es que sea una cuestión de conciencia, sino, insisto, de presente, del hoy, de cómo lograr que el mundo que me rodea sea distinto a causa de esas decisiones erróneas o no acertadas del pasado. Entre esas situaciones podría mencionar la vez en la que dejé ir a esa posible novia de la universidad, o cuando en mi segundo matrimonio, llevado por mis pasiones, terminé enredado con aquella estudiante de curvas peligrosas y llamadas inoportunas a las 3 a.m.; y a cuenta de lo cual ahora me encuentro solo.

Son varios los eventos, las veces que dije sí, la veces que dije no, en las que debí callar, en las que debí ayudar o en las que era mejor permanecer indiferente; vienen también a mi me memoria las depresiones que me azotaron y las oportunidades de trabajo que dejé ir. En fin, no es ese el punto de esta discusión interna, el hecho es que ahora en este momento, justo al despertar a la mañana siguiente, luego de mis repetidos días de arduo trabajo en la fundición en la que se marcha a un ritmo inhumano para suplir de hierro a un pedido del exterior que tiene encarecido el valor del metal a nivel mundial; esta madrugada es distinta, este despertar es diferente; tengo de nuevo la sensación de mis 17 años, con los ojos cerrados repaso la situación, la sensación del camarote o de cama alta, mi cuerpo inclinado, y el vigor en él, el corazón latiendo fuerte y la erección matutina que hacia varios años extrañaba y con la que jugaba midiendo con una frase de cajón: “¿hasta dónde llegaste hoy?”. Sentí el volver del tiempo, la oportunidad de volver a hacer las cosas, tal vez sería un agujero en el espacio-tiempo, o el fruto del contacto con el acero que me imantó e hizo que con tantas ondas electromagnéticas que gobiernan en mi casa me trasladara en el tiempo, o simplemente era el buen Dios, a quien también había dejado de hablarle por disputas del pasado, quien se apiadó de este hijo y decidió darle otra oportunidad.


Esta vez no dejaría pasar a Marcela y sería más consistente con mis metas, no permitiría que mi autocompasión me dominara o que mi pereza tomara más tiempo del necesario para descansar. Esta vez sería el hombre de éxito y aprovecharía mi ventaja en el tiempo para hacer unas cuantas invenciones y por fin salir de pobre. Todo estaba claro, todo estaba decidido; el corazón latía más fuerte y mis ganas de ir tras Marcela justificaban mi erección matutina; el universo era mío y estaba confabulando a mi favor. Abrí los ojos… la sensación era la misma, pero mi cama era la misma que me había quedado del divorcio, mi cuarto, el que había arrendado por míseros $200.000 pesos mensuales y sólo quedaba en mí una decisión: tomar la vida con los ánimos de mis 17 años, volver a mirarla con la misma ilusión, y volver a vivirla con la misma convicción, o ser el hombre derrotado por sus propias circunstancias, para quien todo y todos tenían la culpa menos él.

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