martes, abril 05, 2011

La ciudad de los abrazos - Cuento

Y lo cierto es que los labios se le secaron viendo pasar los besos en otros labios, mordiendo otras bocas, y cerrando los ojos de ajenos corazones agitados. Tomaba su canasto, hacia sus diligencias y siempre se decía: “yo hubiera besado mejor, yo hubiera abrazado mejor”.

Era un continuo castigo vivir en la ciudad de los abrazos y sentirse extraña en su propia tierra, por sus esquemas mentales, no había podido superar las barreras impuestas al ser la mayor de tres hermanas, y sobre la cual caía el rigor de la educación de sus padres, anclados en generaciones más antiguas y arcaicas, en las que los matrimonios ocurrían temprano no por el hecho de que querían apresurar el amor, sino porque el amor se les apresuró en los hechos, y era necesario ocultar las faltas antes de ser señalados desde el púlpito o los balcones de los pueblos.

Por donde, quiera que andaba veía parejas y disparejas abrazándose, quienes excusándose en el frio para estar más cerca del otro degustaban de sentir el otro cuerpo y sus abrigos, o para meterlas manos entre los suéteres de lana, entre la camisa y el abrochador del sostén. Eran muchos con sus mejillas sonrosadas y con grasa acumulada unos en la cintura y otros alrededor de toda su humanidad, pero preferían estar siempre cerca, en las calles, en las esperas, en los trenes, en los buses encadenados, en los taxis, en las filas y las entradas a teatro. Ella lo único que veía es que había dejado pasar la oportunidad de abrazar, de sentirse caliente por otro, de perder el control de la respiración y dejarse apretar tanto que la horma del brasier se deformara y se echara a perder. Ella solo pensaba: “yo lo hubiera hecho mejor, yo le habría dado un beso mejor, yo no le hubiera soltado tan rápido, o en un descuido hasta me le hubiera entregado”, solo miraba a lo lejos, se le veía amargada, era duro para ella vivir en la ciudad de la brisa fría y el sol picante, en la ciudad de los abrazos.


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A mi querida Bogotá 
donde siempre veo en una esquina 
a una furtiva pareja presa del amor

lunes, abril 04, 2011

Entre la muerte y la vida - Cuento

Estaba el murmullo ensordecedor, las personas a mi alrededor contando los acontecimientos de mis últimas 4 semanas, hablaban en tono bajo pero si me concentraba lograba entender que decía cada uno. Abrí los ojos, alguien dijo "abrió los ojos" (no logré reconocer su voz, ni saber quién era), luego sentí mi mano tomada por mi mujer y decía en voz muy tierna "acá estoy, acá estoy", mire a mi alrededor, no era capaz de mover ninguna parte de mí y cerré los ojos.


Corría junto a mi padre tras nuestro perro, llevábamos 5 cuadras tras de él, y tan pronto lo íbamos a agarrar, volvía ya salir corriendo mi amado Darro (el cocker spaniel regalado por mi padre cuando yo cumplí los 5 años). Acordé con mi padre ir por la izquierda y el por la derecha. Salimos corriendo hacia él y... Otro murmullo, alguien dijo en voz alta "Es que le quedan pocos momentos de vida", mi esposa le hizo callar y le dijo "mira como mueve sus ojos, algo está pasando, algo está viendo". Abrí mis ojos, miré a mí alrededor...


Estaba ansioso y esa mañana no había estudiado tanto como quisiera para el examen, no me gustaba hacer trampa en los exámenes no era mi forma de hacer las cosas, pero la noches anteriores había decidido ni mirar, ni repasar, ni nada por el estilo; conocí a Ángela, había por fin logrado que alguien me la presentara y entre una conversación normal acompañada con algo de simpatía, habíamos comenzado a salir, la excitación sentida cuando la besé, mi corazón latía fuerte y seguido en mi pecho, sus ojos cerrados cuando por fin me acerqué, todo lo había valido la pena. Me senté en la incómoda silla universitaria que encontré  disponible, recibí la hoja y comencé a leer punto por punto el examen. Las letras, las preguntas nada me decían, solo pensaba y me inquietaba ella y su aroma de labios carnosos, miré a mi derecha y mi compañero ya llevaba media página contestada...

"¡Se nos va ahora sí, se nos va!" alcanzaba a oír mis signos vitales, y mi respiración presionada por los aparatos, veía a mis hijos, a otros con ojos de cuervos esperando de un evento para luego arrancar mis ojos, gente que no quería y que me incomodaba que estuviera allí. Apreté la mano de Adriana...


Salíamos del hotel y miraba a mí alrededor, no había mujer más bella, ella estaba conmigo y yo del todo con ella. Tomaba mi mano, y  le sentí su corazón  en el centro de la palma de su mano, la energía iba de ella hacia mí y de mí hacia ella, no sabíamos cómo más tocarnos, cómo más sentirnos, cómo evitar el aire entre nuestros cuerpos, todo cuanto nos rodeaba estaba dispuesto para nosotros, los colores, la brisa, el cielo, el ondear del agua, la miré y le dije:"te amaré, siempre".