lunes, marzo 16, 2009

Los amantes se aman mudos

Había llegado a esta ciudad lejana, de extrañas voces y acentos, de raros paisajes; había bebido esa noche, ordenando en el bar por medio de señas lo que quería tomar y pagando según iba ingiriendo. Esa noche ella se acercó, intentamos comunicarnos, dirigirnos palabras y solo lo logramos mostrar nuestras fotos, reírnos coquetamente, olernos y luego frenéticamente después de jugar con las miradas llevarnos a la cama de unos dormitorios cercanos. Fueron diez horas de sexo, gemidos, besos lentos y rápidos, de penetraciones y punta de los dedos, de olores, aromas, licor, nudismo y ocultismo, de exponer cada uno lo que mejor había logrado aprender hasta la edad alcanzada, fue la primera de muchas noches de sexo enfermizo, delirante, enviciador y supremo.

Me llevó a vivir con ella, no nos hablábamos, solo copulábamos hasta el arder y agrietarse de nuestros sexos y lenguas. Poco a poco me enseñó palabras, y los murmullos se hicieron inteligibles, y el tiempo me la mostró como era: solo piel, belleza y erotismo delirante, era todo un engaño, una fachada seductora, envolvente, de mirada enigmática y piel suave. El resto de lo que era ella lo detestaba con todas las fuerzas de mi corazón, pues las palabras inteligibles se habían hecho murmullos insoportables.

La última noche, en la que por más que me esforzara no lograba estar erecto, la maté.

1 comentario:

Arturo Garro dijo...

Muy erotico y tragico.

Como muchas cosas de la vida humana.