viernes, octubre 31, 2008

El servidor central

No recuerdo hace cuánto me sucedió todo esto, ni cómo me encuentro ahora aquí en medio de la nada, rodeado de vegetación, en un rancho abandonado, piso de tierra, tres marranos robados y dos gallinas que unos data-existentes me regalaron en secreto; lo que sí recuerdo bien es cómo empezó todo: una carta conjunta enviada por la Dirección de Información, Impuestos y Aduana (DIIA), me informaba que por no haber declarado la existencia de una cuenta de correo electrónica creada en los inicios de la Madre Red, se me habían acabado todos los derechos de información, que no era un data-individuo seguro para la sociedad y que por disposición del código 0157 de Derechos Públicos sobre la Información Privada (ó 343 como es conocido entre los rebeldes) era destinado al data-destierro, declarándome un data-inexistente.

Inmediatamente los efectos se empezaron a sentir, cuando el acuse de recibo llegó a la DIIA mis cuentas de ahorro fueron canceladas, las cuentas de crédito congeladas, cuentas de correo y de acceso las redes sociales inhabilitadas, cualquier forma de intercambio de información que tuviera que ver conmigo fue truncada. El celular no me respondía, la llave electrónica unificada de trabajo, carro y casa, desactivada. Fui el primer paria de la sociedad de la Integración de la Información, desde que el mundo fue declarado Observado–Nano–Informáticamente.

Pero aún existía. Lo corroboré luego de robar un depósito antiguo de papel, junto con algunos lápices que quedaban de reliquia del siglo pasado; había desaparecido para la sociedad. Nadie en absoluto me determinaba, sólo era olfateado por los pocos perros que quedaban, saludado por los niños menores de 3 años y observado con nostalgia y discretamente por los ancianos.

Poco a poco me fui alejando de la megápolis, sintiendo sobre mí la tragedia de no estar en el servidor central. Hoy en este rancho, luego de aprender a sembrar, comer y depender sólo de mí mismo, encuentro la libertad que nunca había buscado, la de no estar informado, la de no saber la estadística de enfermos por segundo, ni estar informado por la red social de los movimientos íntimos de todos, ni mirar con apasionamiento los ciber-ataques contra el servidor central, la libertad de no esperar el mail al despertarme proyectado en el techo de mi alcoba, ni la lectura automática del primer renglón de las 80 noticias que me eran de interés, en los primeros cinco minutos al despertarme.

Estoy libre a las malas, encontrándome conmigo mismo, rogando por encontrarme con la resistencia (no sé cómo hacerlo, ni cómo buscarlos, eso lo hacía el mega-buscador), esperando más desterrados del servidor central que por azares me encuentre y rogando porque alguien en mis planeadas incursiones a las afueras de las megápolis acepté que nos ve y podamos liberarlos de la esclavitud de mantenerse hiper-informado, mas no se les permite encontrarse con ellos mismos, dueños de una vida que no les pertenece, y solo la gastan en producir más datos, datos que llenan el odiado servidor central.

1 comentario:

danubio dijo...

Hola Jorge, ahora tienes un lector más, me trae recuerdos de Matrix y de La red, que panorama más asustador, contado en pocas palabras, seguiré con el otro cuento.