lunes, mayo 11, 2009

Me encontraba atado a mi cuerpo

Me encontraba atado a mi cuerpo, trataba de moverme y nada en mi respondía. Con la misma naturalidad que cada mañana me levantaba trataba de hacerlo hoy, pero continuaba mi rostro pegado a la almohada. Era la misma sensación que a veces me sorprendía cuando en las noches me despertaba el no sentir a uno de mis brazos, era un ejercicio que tenía que hacer más o menos 4 veces por año: usaba mi otro brazo para buscarlo, tan pronto era hallado el pánico de haberlo maltratado, quebrado, roto, dislocado en alguno de mis movimientos nocturnos me atacaba, era el pánico de no volverlo a usar, de imaginarme caminando con un brazo muerto por tantas horas de carencia de circulación, pero la sensatez vencía el horror, tomaba mi brazo con calma, lo ponía paralelo a mi cuerpo, la sangre retornaba, el dolor era inimaginable, dolía la sangre retornando, dolía resucitar mi brazo. Es que estar vivo y que la sangre corra por las venas duele, duele cuando en su agitar lleva la vida a cada una de mis extremidades, cuando mi cuerpo se convierte lanza y fuego que la enciende a un alma que no logro amarla, duele estar vivo cuando la sangre sale a borbones en mis heridas de niño y no logro detenerla, duele la sangre cuando enrojece mis labios de amor y es despreciado, duele cuando corro, cuando le prohíbo llegar a mis sentaderas y reclama su lugar con hormigueante insistencia, pero si la ignoro, dolerá por un breve momento, pero luego, me dejará con mis nalgas frías, descansadas y felizmente muertas. Duele esta sangre palpitante y escandalosa, duele por vivir y por volver a nacer.

Pero esta vez, ella estaba quieta, mis parpados cerrados y mis pensamientos, y mi yo, rondándome, trataba de mover mi rostro con la orden cerebral de costumbre, intentaba recordar cómo se movía mi cuerpo pero nada respondía, estaba atado a este pensamiento, a oírme, escucharme, todo era silencio, la sangre ya no quería dolerme en vida y había decidido parar, y yo me volví pensamiento, una cárcel oscura de recuerdos que poco a poco se apagaban, cada vez recordaba menos cosas, recordaba menos de mí, recordaba menos mis vicios, costumbres y culto a mi ego, recordaba menos, recordaba nada. Todo se enfriaba, la sangre se moría y yo con ella, yo era mi sangre, a duras penas me acordaba de mi existencia, volví a sentirme dormido, todos mis pensamientos se volvieron susurros y gritos sordos, todos me reclamaban cada vez más lejanos, pero no lograba entenderlos, se iba todo, me iba yo, se moría mi carne, se enfriaba mi sangre, se adormecía todo, no dolía mi cuerpo, moría yo.

No hay comentarios.: