Aura había llegado a la naciente ciudad a probar suerte junto con su amiga Miryam. Se habían hecho amigas de un cantinero que aunque las cuidaba como a sus hijas, no las miraba como tal. Ellas atendían de cinco de la tarde hasta entrada la madrugada o hasta que la suerte y la urgencia hacía que un navegante o comerciante de turno se las llevara a pasar la noche en las residencias que quedaban cerca al cuarto que ambas le tenían arrendado a Juan el cantinero.
Habían noches sin movimiento, sin dinero, y otras donde el licor y la juerga hacían que irrespetaran la casa de Juan, y los excesos provocaban que la abuela que allí vivía (y que todo lo había visto y sufrido en la vida) las echara a ellas y a sus acompañantes a escobazos y valdados de orines que quizas fueron recogidos durante varios días para estas ocasiones especiales - como ella lo decía -.
De Aura se enamoró Roberto Saldarriaga, hombre apuesto de excelente ADN o alcurnia como le decían en esos tiempos, hijo menor de los Saldarriagas, dueños de media región y de los negocios más importantes: droguerías, distribuidoras, flota de buses, cantinas, y que en las fechas importantes patrocinaban a la alcaldía y a la parroquia para que ambos se hicieran los de la vista gorda con sus desmanes y pecados.
Roberto, era hombre solitario y mujeriego, que le gustaba beber hasta que era recogido por los capataces de la finca a las nueve de la mañana del día siguiente, no había novia que resistiera tales comportamientos y ritmo de vida; el dinero no se le acababa por más que tratara de malgastarlo. La belleza y encanto de Aura hizo que este hombre se enamorara perdidamente de ella y prometiera sacarla da esa vida que ella tenía, aunque seguía tomando whisky en la cantina de Juan, como si fuera agua de grifo; a Roberto no se le volvió a ver nunca más con mujer alguna, que no fuera la mala compañía de Aura.
A los meses de conocerse Roberto y Aura se casan bajo la desaprobación de toda la familia y con la certeza de que este hombre que a sus 29 años parecía que había vivido el doble, se había casado con la que logró ser poco tiempo atrás la novia y confidente de más de la mitad de los hombres en edad de merecer de aquella palpitante ciudad.
Se fueron a vivir a la hacienda "La Hermosa" situada a 20 minutos en carro del centro principal; en ella se encontraba celosamente cuidada una lujosa jaula de pájaros ornamentales situada en el centro del patio interno principal. La enorme jaula tenía los barrotes de bambú finamente pintados de colores, y los pájaros encerrados iban desde los sinsontes, guacamayas, periquitos, hasta canarios traídos de diferentes regiones del país y del trópico, se calculaba que el valor de los exóticos pájaros era superior al de doscientas cabezas del mejor ganado. Este era el único hobby y la obsesión de este hombre, solo se le conocían dos amores más, el profesado por Aura y el whisky.
Al inicio fueron muy felices, pero lo que en un comienzo a los ojos de Aura eran los más exquisitos cuidados, terminaron siendo comportamientos enfermizos y de un hombre avaro, controlador y autoritario. El, revolver en mano y capataz al lado le decía: "
Esto es lo que vas a vestir hoy, y esto es lo que vas a comer hoy" - pues le dejaba arreglada la ropa que se iba a poner y contadas las papas, plátanos, carne, verduras, granos y medida el agua con la que iba a cocinar y la que iba a beber durante el día, y al despedirse tocando su arma decía en tono tranquilo: "
y no quiero que salgas más allá de la portada de la hacienda".
Los hijos llegaron y todos fueron bautizados con nombres que comenzaban con la letra dobleu "w": Walter, Wilson (los mayores, pues se llevaban 10 meses entre sí), y William nacido 2 años más tarde, pero la costumbre de dejar medido todo y no dejar salir a nadie no cambió.
Yo iba y visitaba a mi amiguito William pues mi mamá había sido la gran compañera y pañuelo de lágrimas de Aura, además el y yo solo nos llevábamos 5 días de diferencia, jugábamos a ver quien tiraba las piedras más lejos apuntando a las portadas, o quien atinaba a las vacas, perros, gallina o cuanto animal se moviera.
Nunca pude entrar, mi mamá y yo solo hablábamos con ellos en la portada y Aura gritaba cosas hacia el interior de la casa a los otros hermanos. Adentro no faltaba nada, cosa que siempre Aura le recalcaba en todas las conversaciones a mi madre.
Luego de varias semanas sin visitar a William y a Aura, pregunté a mi mamá por ellos y ella me contestó: "Solo sé que abandonó todo, abrió la jaula, espantó a los pájaros y se marchó mani-vacía, dejando atrás marido, hijos, jaula desolada y hacienda, y esta es la hora que no sé nada de ella."