martes, enero 22, 2013

Cuento: Qohélet

"Somos los mismos envueltos 
en novedad" -Este mundo va -
Bosé, Miguel.



Era como siempre el comenzar del día agitado, los semáforos intercambiando sus colores, los mendigos madrugando a tomar sus puestos para atrapar las monedas que se deciden suicidar de las manos de sus amos, los carros a pasar agitados para esconderse pronto en otros parqueaderos que ansiosos les esperan, las personas recién bañadas, ensimismadas, ocultas en sus lociones y razonamientos internos; el espectáculo se repetía y todos ellos pasaban a mi lado mientras con la voz en cuello anunciaba que vendía tiempo. Mis otros competidores ubicados a 13 metros aproximadamente de mí, vendían a todo operador a $200 pesos el minuto (tal y como lo indicaba el peto colgado); las personas llegaban, hacían sus tratos, acordaban las citas, realizaban sus chantajes y luego los minutos consumidos eran cobrados por mis colegas con la típica multiplicación que a duras penas le ayudaba la calculadora del celular de números desgastados.

Un día, luego de repensar mi negocio (el cual me producía algo más que para el diario) y querer diferenciarme de mis allegados de 13 metros, decidí cambiar mi estrategia y comenzar a vender tiempo. El tiempo era más valioso que los minutos (era fácil concluirlo) y le puse un valor simbólico de $1300 pesos, tal vez haciendo honor a la distancia aproximada entre mis clientes y yo, pero igual  ese precio era poco para algo que ya casi nadie tenía. Gritaba: ¡Tiempoooo! ¡ Tiempo a mil trescientoooos! ¡tiempo con el marido!¡tiempo con la señora!¡tiempo para gritar!¡tiempo con el amante!¡tiempo para sumar!¡Tiempoooo!¡instantes que no se esfuman!¡Tiempoooo!.

Mi plan había funcionado, era el más exitoso en esa esquina de centro de Medellín, y entre más días pasaban, más frases de tiempo se aumentaban a mis consignas, tiempo para seducir, tiempo para sumar, tiempo para restar, tiempo para comprar, tiempo para vender, tiempo para saludarse, tiempo para despedirse, tiempo para enfrentar, tiempo para huir, tiempo para todo, tiempo para nada, tiempo para nacer, tiempo para m... Las frases iban cambiando, mutando una tras otra, las atrapaba de conversaciones de mis clientes, las copiaba, organizaba y entretejía, de jugar con papelitos marcados verbos y objetos, las buscaba en el radio y los pocos minutos de televisión que tenía al día; buscaba nuevas y atractivas acomodaciones, frases cortas, largas, rebuscadas y sencillas, todo era un vocabulario rico que emergía animado por las sonrisas de quienes me compraban mi tiempo.

Fueron muchos días, los que escuche y copie las versiones y perversiones del  tiempo, encontré con que mis frases de tiempo ya sumaban varios cuadernos - y estas me gastaban y me consumían, mas pervivían en mí y mis clientes- y volví a comprender que a tantos afanes que: "todo esto también es vanidad y querer atrapar el viento".

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